La crónica del viejo infeliz

Se despierta sin ánimo, se mira al espejo: la cara arrugada. Se cepilla los dientes y sonríe.

No porque es feliz, pero porque quiere contar cuantos dientes le quedan. De los 32, le queda la mitad. Hubiera previsto esto, quizá no se hubiera sacado las muelas de juicio. Pero era joven y quiso deshacerse del poco juicio que tenía. Fumó toda su vida, hasta que la vida lo hizo parar. No por salud, sus pulmones están perfectos. Dejó el cigarrillo porque ahora fumar es cosa de gente careta y, él, careta no es.

Según él, quitaron la magia al acto de fumar:

— Hoy la gente fuma cigarrillos electrónicos. Quién putas fuma algo sabor sandía con menta? Los cigarrillos de verdad saben a nicotina.

Y no para por ahí:

— Y más: ya nadie anda con encendedor! Antes, hasta la gente que no fumaba llevaba uno en el bolsillo porque sabía que, en algún momento de la noche, alguien se le acercaría a pedirle fuego, ellos se pondrían a charlar un rato, esa persona le convidaría un cigarro y aunque el otro no fumara, lo aceptaría por cortesía.

Él no soporta la audacia de la juventud:

— Hoy le ofrecés un cigarro a alguien y te dicen “yo solo fumo vape” o “solo fumo orgánico” o peor, te dicen “sabías que el tabaco es la causa principal de cáncer de pulmón?”

A esa gente, él ni los contesta porque seguro son veganos y discutir con locos no es lo suyo.

Él extraña fumar. No porque es adicto, si fuera el caso no hubiera sido tan fácil dejar de hacerlo. Lo extraña porque ya el café no sabe igual, le falta ese saborcito que el cigarro le agregaba. Las cervezas ya no duran tanto, porque no tiene más con qué intercalar cada trago. Los momentos de estrés ahora son eternos, antes duraban exactamente el tiempo que tardaba fumando un cigarro.

Se preocupa no solo por él:

— Qué va a pasar con las tan simbólicas explosiones de las películas de acción de Hollywood? Antes, el héroe prendía un cigarrillo, lo tiraba sobre un rastro de gasolina y BOOM, se explotaba todo! Y ahora, qué? Le van a tirar un vape?

El viejo infeliz termina su reflexión matutina en el baño, va a la cocina, pone el agua para el café, agarra el periódico de ayer, piensa en la familia que nunca tuvo, en los amores que no vivió y se sienta solo frente a la tele apagada. Un sorbito de café y el pensamiento:

— Ah, como extraño fumar.

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