Ayer subí una foto en malla. Nunca subo fotos así. Bueno, mentira. Hace dos años lo hice, en cuarentena, después de haber adelgazado varios kilos corriendo 5km y haciendo los desafíos diarios de una app de ejercicio todos los días, durante cuatro meses. Buscaba la validación que no encontraba en el espejo.
Ahora que volví a casa para unos meses sabáticos, me cuesta aún más encontrarme en el mundo de las redes sociales. Constantemente me cuestiono. Quiero ser más activa, sacar provecho de este nuevo mundo que está apenas empezando. Sin embargo, siempre que doy un paso adelante, algo me hace retroceder.
Por ejemplo, hace un par de semanas abrí una cuenta en tiktok (dos años muy tarde, unos dirán). Mi primer video tiene más de 25mil visualizaciones hasta el día de hoy. Es un video sobre política, sencillo, cero elaborado porque aún estoy aprendiendo a utilizar la plataforma. Subí otros videos a los que no les fue tan bien, pero ahí siguen. Tengo 23 seguidores, a dos los conozco, los otros veinte, ni idea. Me parece raro que personas que no conozco me sigan, igual soy consciente que ahora las cosas son así. Siento que sigo apegada a la metodología de facebook, donde te envían solicitudes de amistad y vos decidís si la aceptas o no.
Yo no sé si quiero que personas random me sigan. No soy gurú de nada, no soy coach, innumerables veces ya dije que sí sin haber entendido la pregunta y me fui por caminos que no llevaban a ningún lado. Tengo maestría y doctorado en malas decisiones, hablo de amor sin nunca haber amado, hablo del dolor sin nunca haber sufrido, lloro sin razón, me río de todo, soy insegura, demasiado intensa, creo ser experta en asuntos que nunca estudié, no termino ni mitad de lo que empiezo, lo único que sé es que no sé absolutamente nada, pero como soy medio soberbia finjo que sé un poco y ese poco me inspira a escribir reflexiones vanas sobre cosas que no entiendo.
Ayer subí una foto en malla. Mi Instagram es público pero siempre que me sigue alguien que no conozco, lo elimino. No me importa compartir lo que publico con el mundo, por eso, mi cuenta es abierta, pero no soy una figura pública. Y es justamente ese pensamiento retrógrado lo que me impide de lograr lo que yo, supuestamente, quiero.
Aunque haya creado diferentes versiones de mí, no sé ser dos personas.
Jacque: la viajera, la amiga, la jefa, la sensible, la fria, la ambiciosa, la conformada, la humilde, la soberbia, la altruista, la egoísta, la que ama, la que se va, la que vive, la que huye… Todas esas versiones están presentes en mí. Soy mucho, pero no soy tantas. Soy una sola.
Ayer subí una foto en malla. Ya son casi 300 likes a una foto que no dice nada de mí, pero muestra bastante. De las 1700 personas que me siguen en Instagram, 1300 vieron mi foto, que ahora está en el top 10 de mis publicaciones con mejor alcance en los últimos dos años.
Lo que me hace feliz es ver que, en ese top 10, también están fotos que significan bastante para mí. Cuatro fotos viajando con amigos, una del casamiento de mi hermano, una de cuando volé en globo, dos poemas que escribí y una selfie, al final, es instagram.
O sea que no está tan mal que yo quiera limitar la gente que me sigue a solo personas que me conocen. Porque la gente que me conoce sabe que tengo mil versiones y me banca en todas ellas. Sea mostrando el culo o escribiendo textos tristes, me apoyan siempre. Cuando me equivoco, me regañan sin juzgarme y me perdonan sin humillarme.
No quiero entrar en el mundo de las redes donde nada es real. Donde la gente te sigue porque quiere ser como vos, sin conocerte. Se identifican con una de tus versiones y te obligan a no cambiar jamás porque, si cambias, te abandonan por ya no ser como antes. Ellos, que no te conocen, reclaman tu verdad.
A los casi 300 conocidos que le dieron me gusta a mi foto en malla: muchas gracias. El algoritmo de Instagram entendió que, aunque no siempre interactúen con mis publicaciones, la gente que me sigue aún me quiere ver. Algunos más que otros. Estos likes sirvieron no solo como un boost para mi autoestima, impulsaron también mi blog y la cuenta de Instagram que uso para publicar mis textos.
En esa cuenta, permito que me sigan personas que no conozco porque es gente que se identifica con mis palabras, no conmigo. Palabras que, en realidad, no son mías, me apropié de ellas para expresar lo que estaba sintiendo. Esas personas, muchas veces se identifican con algo que malinterpretan de lo que escribí. Una vez escribí un texto sobre un lugar y todos creyeron que hablada de alguien. Esto es lo que más amo de la subjetividad de la escritura: uno es libre para malinterpretar el mensaje.
Ayer subí una foto en malla. Tantas veces me desnudé en poesía, pero al algoritmo de Instagram solo le importa cuando literalmente, me quito la ropa.
Ayer subí una foto en malla.
Debo admitir: también hay poesía en la desnudez.
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