Desde que me fui de Brasil, siento que tengo la obligación de volver al país antes de seguir con otro viaje. Brasil es mi punto de partida, mi centro, desde donde defino mis coordinadas. Vuelvo y estoy en casa, lista para empezar una nueva aventura.
Pasa que, desde hace unos años, empecé a sentirme en casa en otro país: Argentina.
El país vecino que los brasileiros somos obligados a odiar cada cuatro años. País el cual la economía criticamos constantemente, pero donde nos encanta vacacionar no solo porque nos conviene económicamente, pero también porque, aunque nos cueste admitir, tiene bellezas que no se encuentran en Brasil.
No les hablo solamente de los paisajes pintorescos del sur y del norte del país, de la hermosa locura que es Buenos Aires o de las maravillosas cataratas que, aunque las compartamos, sabemos que la parte más bonita está en el lado argentino. Les hablo de la gente.
La gente en Argentina es linda. Son lindos físicamente sí, pero lo que más me llama la atención de ellos es su manera apasionada de vivir la vida. Los argentinos viven tan intensamente que, en un primer contacto, uno puede llegar a asustarse con su manera de percibir las cosas.
A ver si me explico mejor: los argentinos viven todo como los brasileiros vivimos el Carnaval. De una manera exageradamente intensa para los lo viven e increíblemente hermosa para los que lo asisten.
La política, el fútbol, la inflación, el asado, el fernet, la previa, la fiesta, el after: ellos transforman todo lo ordinario y cotidiano, en grandioso. Se inventan rituales y nombres para todo y, de repente, lo que antes era sencillo, ahora es magistral.
Los argentinos comparten todo. Los brasileiros no somos muy diferentes en eso, pero tenemos algunas costumbres individualistas. Una vez un argentino me pidió un sorbito de mi café y me ofendí: el café no se comparte. Pero cómo explicarle eso a una persona que nació en un país donde las dos bebidas nacionales, el mate y el fernet, se toman entre amigos en un vaso compartido, sin parecer egoísta?
Los argentinos sufren juntos y quizá por eso festejen con tanta pasión cada una de sus conquistas. Llenan de esperanza las calles, pero no se atreven a borrar el dolor que ahí existió. Los argentinos tienen memória y creo que eso es una de las cosas que más admiro de ellos. No me gusta vivir en la ilusión del olvido y siento que, en Latinoamérica, se nos olvidan las cosas muy rápido.
En Argentina, las calles hablan. No, mejor: las calles gritan. Gritan fuerte, tal como todos los argentinos gritaron ayer los goles de Messi y de Fernández. Tal como lo hice yo.
Perdóname Brasil, pero esa rivalidad que yo supuestamente debería llevar en la sangre por haber nacido acá, no la tengo. Desde hace unos años, Argentina es mi segunda casa y los argentinos son mis hermanos. Me orgullo de ser brasileira, pero me orgullo más de ser latina.
Argentina, es con mucha felicidad que anúncio que, después de tres anos, voy a volver.
Te extrañé demasiado.
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