4 de enero 2023
Hoy no trabajo. Otra vez, me desperté feliz. Hace tres días, me acostaba triste. Hace dos días, me levanto feliz. Aprendí que poniendo el calefactor en el centro de la habitación y durmiendo en bolas, no me muero de calor en la noche. Me cuesta un poco más quedarme dormida porque hasta que se caliente el cuarto, tengo frío, pero una vez que estoy aclimatada, ya está. Duermo tan bien acá que, hasta cuando duermo pocas horas, me despierto descansada.
El frío me hace bien. Obvio extraño el calor, pero porque me molesta demasiado salir con tantas prendas de ropa. Me gusta la poca ropa. Lo bueno de estar siempre tapada es que me relajo más con mi cuerpo. En Brasil, me miraba al espejo a cada rato, siempre con alguna crítica, acá ni me veo y me siento bien. Mi pelo nunca estuvo tan hermoso, mi frente no brilla más, no me salen granos, mis uñas volvieron a crecer… Todos los días parece que tengo labial puesto, porque tengo la boca siempre roja. Cuando salgo a la calle, siento mi cara endurecerse por la brisa fría, nunca me puse botox, pero creo que la sensación es la misma. Lo único malo es mi nariz que, todos los días, sangra. Siempre me dió asco la gente que se suena los mocos en lugares públicos y ahora, esa soy yo.
Hoy, como todos los días, me desperté y me puse a recordar los sueños que soñé anoche. Soñé muchas cosas, en uno de esos sueños estaba en una estación de tren con dos amigos y me perdía de ellos, gritaba sus nombres y la gente en la estación me miraba y se reía. Había mucha gente, era un quilombo, creo que estábamos en la India, pero como nunca fui a la India, no lo puedo afirmar.
Hace un par de días, empecé a leer el libro Nunca Llegamos a la India. Me lo regaló un amigo hace unos meses. Pocos días después de habérmelo dado me preguntó: ¿Qué tal el libro? le dije que aún no lo había leído. A mi me pasa que no puedo leer si estoy con muchas cosas en la cabeza. Leer es mi gatillo mental, me revuelve los pensamientos de una manera tan fuerte que, si no estoy con la mente tranquila, me pongo mal. Traté de explicarlo a mi amigo cuando nos volvimos a encontrar y, otra vez, me preguntó si ya había empezado el libro y mi respuesta seguía igual. No sé si me entendió, pero nunca más me lo volvió a preguntar. Él estaba seguro de que me iba a gustar la lectura y hoy, aunque sólo haya leído algunas páginas, puedo decir que tenía razón. Pero viste, me puse a leer un rato, luego, tuve que parar y ponerme a escribir. Cuando estoy bien, leer activa mi lado creativo.
Hoy mi compañera de casa tampoco trabaja. Escuchó que yo estaba en mi habitación y me golpeó la puerta para que fuéramos juntas a almorzar. Acá sirven el almuerzo de 11h a 11h30. Yo ya estaba por salir cuando ella vino a invitarme a que fuéramos juntas. Pasa que quise ponerme unos pantalones más cortos de los que uso normalmente y me di cuenta que ya era hora de depilarme las piernas. No quise cambiarme la ropa y preferí pasar la cuchilla sobre mis piernas secas. Me fui a comer con media pierna depilada, no me alcanzaba el tiempo y no quería quedarme sin comida. No le conté a mi roomie la estupidez que había arrancado a hacer justo antes de ir a comer, poco antes de que me golpeara la puerta. Nadie se dio cuenta. Todos tenemos nuestros propios secretos insignificantes. Quizá no era la única escondiendo media pierna peluda. Tampoco me importan los secretos de los demás.
Hoy es un día lindo. De esos que te dan ganas de querer hacer algo, pero como no sabes qué, terminás no haciendo nada. Hace días no nieva, los turistas no están muy felices porque las pistas están lisas y, la nieve, dura. It’s supposed to snow this week, se lo digo a todos los huéspedes que vienen a la recepción a quejarse conmigo, sin saber si es verdad, o no. Aunque el pronóstico muestre lo contrario, ellos prefieren creerme a mí. Mi mentira tiene credibilidad porque vivo acá y, obviamente, porque ellos quieren creer en ella. En realidad, no les estoy mintiendo, les hablo a partir de mi ignorancia: si no veo el pronóstico, no sé qué va a pasar. Si nieva, bien. Si no, bueno…
Almorzamos bien y charlamos sobre las anécdotas divertidas que nos brinda nuestra rutina aburrida. Me tomé dos expresos y me comí unos 6 chou à la crème. Volvimos a la casa, las dos en chanclas. Ella, con medias, yo, sin. Ella es de Isla Mauricio, yo, brasileña. A ambas no nos gustan los zapatos.
Ella se pone a limpiar su cuarto y yo me pongo a leer en mi habitación. Dejo la puerta abierta para que vea que estoy disponible. No le hablo para que entienda que quiero estar sola. Lo más bonito de la convivencia es cuando el silencio deja de incomodar. Ella pone música para limpiar. Creo que es un ritual universal. Le ofrezco mi parlante y el silencio se convierte en música. Canciones en francés, en español, en inglés y en criollo.
Dejo de leer y me pongo a escribir. Todavía no terminé de depilarme. Miro la ventana: creo que hoy va a nevar.
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