Hace más de dos semanas que no escucho ningún comentario sobre Qatar. No tengo ni idea si el jugador de Iraque fue muerto o no. La corrupción de la FIFA ya no le molesta a nadie y a nadie le interesa qué pasó con las budweisers que no se vendieron.
Ya nadie se acuerda de los marroquís que llenaron de orgullo y esperanza todo un continente olvidado.
Volvimos a la realidad pre mundial.
Volvimos a admirar los opresores y a ignorar los oprimidos. A criticar nuestra patria y a soñar sueños importados. Ya no somos todos iguales, ya no nos mueve una misma pasión. No somos hermanos, ni primos distantes. Ya no nos abrazamos entre desconocidos, ni nos empatizamos con la tristeza ajena.
Menos mal, ya no aguantaba más tanta falsedad.
Basta de fingir importarnos con temas que nunca nos interesaron, solo para sentirnos menos culpables de estar festejando los goles de nuestra selección sabiendo que, no muy lejos de donde ellos jugaban, había países en guerra.
Todos criticamos al país sede de la Copa, pero quizá haya sido la elección más elocuente para un mundial tan absurdo.
Escribo esto desde la comodidad de mi nuevo hogar en Francia. Acá solo se discute sobre la final. Ya nadie hablar de Qatar. Tampoco me interesa.
Un brindis a la hipocrisia.
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